La pequeña llama
Un cuento de Sandra Busch.
Nota del autor: Esta historia la escribí pensando en los niños y como respuesta a los grandes fuegos que han amenazado Australia todos los veranos de los últimos años. El fuego significa muchas cosas. Los aborígenes usaban el fuego para quemar los arbustos, crear campos verdes y facilitar nuevos cultivos. Hay muchas plantas nativas que necesitan el calor del fuego para abrir sus vainas para facilitar la germinación. Aunque nosotros usamos el calor para calentar, cocinar y procesar, este puede ser una amenaza y nos puede sobrepasar cuando está fuera de control, y me pregunto si el elemento del fuego en el alma de los seres humanos también puede hacer esto cuando perdemos nuestro control humano. Era importante para esta historia que se redimiera el elemento del fuego, para que pudiera ser contenido y se le cuidara, y así ofrecer algo de sí mismo. La historia también incluye regalos de nuestro sentido social, de la Madre
Tierra, del mundo espiritual y de los seres elementales.
Érase una vez un viajero muy cansado que vagaba por un camino polvoriento. Estaba agotado y tenía hambre, puesto que había estado caminando durante muchos días, y cuando llegó al bosque se quitó la mochila, juntó algunos palos y hojas, y encendió un pequeño fuego para prepararse un poco de té. Después se echó junto al fuego y se quedó dormido.
Mientras dormía, un travieso fuego sopló y sacó una pequeña llama de la
hoguera. El viento y la llama empezaron a jugar juntos, corriendo por la hierba, a través de los arbustos y subiéndose a los árboles. Ni siquiera miraban por
dónde iban y lo quemaban todo a su paso. El viajero se despertó y huyó de las llamas. Los animales también huyeron. El canguro saltó, el wombat rodó por el
suelo y los pájaros subieron al cielo volando.
El viento y la llama se avivaron y se hicieron grandes y salvajes. Pasaron del
bosque a los jardines y casas, y la gente tuvo que irse de sus hogares. Madre
Tierra le pidió al viento y a la llama que pararan, que se calmaran, pero ellos no
prestaron atención a las peticiones de Madre Tierra. Así que Madre Tierra le
pidió ayuda a nuestro Padre que está en el cielo y así el llamó a la luna y a las
estrellas para que también los ayudaran.
Pronto hubo una nube llena de lluvia acercándose por el cielo. Los buenos
vientos la acercaron hasta donde el fuego estaba ardiendo. Cuando la lluvia
empezó a caer, las llamas se empezaron a encoger y encoger hasta que el fuego
se apagó. Gracias, dijo Madre Tierra.
Al día siguiente, dos niños volvieron a su casa cerca del bosque. A su alrededor podían ver a sus amigos los árboles tristes y negros. Su madre les dijo que podían llevar el agua del baño a los árboles, así que llenaron sus cubos y sacaron el agua del baño al bosque donde vieron al viajero. Él les dijo que los ayudaría y juntos sacaron cubos de agua para todos los árboles que había cerca y le dieron a cada uno un sorbo de agua.
Según trabajaban, los niños vieron un palito que todavía estaba ardiendo. Esta
debe de ser la llama que se salió de la hoguera, dijeron, y corrieron a casa para
pedirle a la madre un contenedor para guardar la pequeña llama. Llevaron el contenedor al viajero y él cogió el pequeño palo ardiendo con su llama y lo llevó con cuidado en el contenedor a la casa de los niños, donde lo metió en el horno de leña.
Aquí es donde debes estar, pequeña llama, dijo. La pequeña llama ayudó a
calentar el horno y los niños ayudaron a hacer un pan y un pastel para la cena. Fue una cena muy especial para el viajero, al que pidieron que pasara allí la
noche. Y cada vez que pases por aquí, debes venir a quedarte con nosotros,
dijo el padre. Y esto hizo muy feliz al viajero.
Durante todo el día siguiente los dos niños llevaron agua a los árboles.
Mientras ellos trabajaban, alguien los vio. Era un gnomo muy viejo y muy sabio
que estaba paseando entre los arbustos para ver qué más había que hacer, y
cuando vio a los niños atareados se fue directamente junto a la raíz de un árbol
a contarle a Madre Tierra lo que estaba ocurriendo. Las hadas escucharon que
el gnomo le contaba a Madre Tierra cómo los niños cuidaban de los árboles,
entonces las hadas se pusieron a cantar y a bailar. Sabíamos que los niños nos
iban a ayudar, sabíamos que los niños nos iban a ayudar, cantaban, y Madre
Tierra sonrío a la vez que su corazón se alegraba.