Una y otra vez, al caminar sobre los campos cubiertos de nieve, me pregunto:
-“¿Dónde estarán todos los animales que llenan de vida este bosque durante el verano?”
-“¿Qué hacen los ratones que desaparecen temerosos en sus agujeros cuando oyen sus pasos?”
-“¿Dónde están los caracoles que pasean perezosos sobre el muro de piedra?”
Cuando el invierno envía los helados copos de nieve sobre mi cara, pienso en las
mariposas que revolotean sobre las flores y en las abejas trabajadoras atravesando el prado.
-“¿Dónde estarán los pájaros con sus brillante plumas?
Si voy al bosque cuando el viento gime a través de las ramas y caen pequeñas
cataratas de polvo de nieve de las ramas de los pinos, me detengo y escucho.
-“¿Algo hace ruido?
-“¡Otra vez!”
El sonido viene de la vieja haya. Es fácil llegar hasta allí sin hacer ruido. Me acerco al árbol. Ahora lo veo. Es un pequeño pájaro carpintero que, presionado por el hambre, afronta el frio buscando en los árboles un insecto o un gusano que yaciera dormido bajo la corteza.
De pronto me vuelvo sorprendido. Muy cerca se oye un murmullo entre los matorrales.
¡Uy! Un conejito sale corriendo velozmente por la antigua vereda que usaban los leñadores para acarrear sus troncos, hace mucho tiempo. Me dirijo hacia los arbustos de donde salió el conejo. Este animalito debía haber permanecido mucho tiempo en ese lugar, pues había un solo rastro en la nieve, el que había dejado al huir. El conejito había rascado la nieve y descansaba sobre un montón de hojas muertas. ¡Pobre conejito! Siempre con temor de ver aparecer una zorra o una marta.
-“¿Cuánto tiempo tendrá que esperar antes de poder apoderarse de una jugosa fruta de la pradera o del jardín?”
Seguí caminando sobre la nieve. Más arriba reconozco un pino en cuyas ramas vive una ardilla. Varias veces había venido ya a este lugar para tratar de verla, pero en vano. Rara vez la ardilla se aleja de su nido en invierno. Durante días y días permanece enroscada como una bolita de piel, mecida por las ramas. De vez en cuando, sin embargo, la despierta el hambre. Hoy tuve suerte. No bien acababa de esconderme detrás de un tronco cuando el pequeño animalito empezó a deslizarse por las ramas hasta llegar al tronco. Por fin de un salto llegó al suelo y brincando desapareció en el espesor de la nieve. Parecía buscar algo y se acercaba a mi escondite. Después de husmear un poco alrededor, la ardilla se dedicó a escarbar y rascar, barriendo la nieve con su cola, hasta formar una pequeña tormenta a su alrededor. Aparece una gruesa raíz. La nieve enfría sus patitas; la ardilla se sienta sobre sus cuartos traseros y se lame las patas para hacerlas entrar en calor Al momento reanuda su labor con entusiasmo. En este lugar tendrá seguramente sus provisiones para el invierno.
-“¡Mirad, ahora saca una nuez, y otra, y otra más!”
De vez en cuando se detiene tratando de percibir algún sonido en el bosque. No nota mi presencia detrás del árbol. No hay mejor manera de aprender a permanecer inmóvil y en silencio que observando a los animales del bosque. Seguramente este sería un buen ejercicio para los niños juguetones y traviesos. Cuando la ardilla hubo terminado, recubrió su escondite con tierra y hojas secas, volvió a trepar a su nido llevando una nuez en su hociquito. Cuando hubo desaparecido, me dirigí a su escondite para descubrir qué era lo que guardaba en ese lugar. Con mucho cuidado quité la nieve, las hojas y la tierra. Encontré docenas de nueces, de avellanas y de bellotas en ese agujero.
-“¿La ardilla no se enfadará si tomo solo una nuez?”
-“¡Es invierno y todos sentimos deseos de ayudar unos a los otros!”
Con limpieza cubrí de nuevo su tesoro con hojas y nieve. El pardo animalito no me había visto. Seguramente, enroscado como una bolita de piel meciendo la nuez entre sus patitas, duerme un profundo sueño de invierno.
La noche llegaba, regresé a casa. Cerca de una piedra recordé que, el verano pasado, en ese mismo lugar, había visto con temor a una víbora.
-“¿Dónde estará ahora?”
Sin duda, descansará bajo tierra, enrollada en espiral olvidando que tiene veneno en los colmillos.
Al salir del bosque veo volar un cuervo hacia las montañas. Su graznido repercute en el bosque. Seguramente no habrá podido satisfacer su hambre en los desolados campos invernales y vuela de regreso a casa, un nido helado en la inclemente noche. Vuelve la cabeza
hacia el lago quizá deseando ser un pez para descansar tranquilo y seguro en el fondo de las aguas.
Me comí la nuez, regalo de la ardilla, a media noche. Desde entonces, entiendo
claramente lo que dicen entre ellos los animales.
Aportación de Gabriela Vera M.